La ira
Tal vez sea la emoción más desestabilizadora y llamativa de todas cuanto experimentamos. Y sin duda la emoción más destructiva.
El mal humor, la queja, la impaciencia, la visión negativa, el conflicto, el odio, el rencor, la venganza y el miedo son emociones tan comunes que probablemente no pase un solo día sin que aparezca alguna de ellas.
Recordemos que es importante entender que las emociones tienen una energía natural positiva pero que al pasar a través del ego se manifiestan de forma neurótica. El ego es vulnerable, esconde un gran sentimiento de inseguridad y por ello utiliza estas energías de las emociones para defenderse, en su faceta más negativa. Trabajar en ti mismo entendiendo esto, es la forma de transformar tus emociones. De pasarlas de negativas a positivas y utilizar en tu beneficio su impulso.
La ira es la energía de la supervivencia y la energía de la transformación, del cambio. Es el fuego transformador.
En su faceta negativa la ira es un pensamiento de lucha, de resistencia y de defensa ante algo que estamos considerando un ataque. La ira nos perturba y nos hace sufrir porque nos altera la paz y nos mantiene en alerta y en estrés.
Si miramos de frente el enojo nos daremos cuenta que no viene provocado por nada que sucede fuera. Sino que ya está en nuestra mente. Hay que deshacer la idea de que el objeto de tu ira está en un objeto externo. Focaliza en tu sentimiento interno y aprende a soltarlo.
Somos seres puros pero la realidad es que nos hayamos en una situación de ignorancia y nuestra mente nos nubla. Proyectamos nuestros defectos en los demás y así vemos esos defectos fuera sin mirar los nuestros. Atacar a los demás nos hace sentir fuertes, contemplar nuestros propios defectos nos hace sentir débiles. Y la incomodidad de esa debilidad nos llevar a quedarnos en la crítica ajena. Y eso irremediablemente nos lleva al ataque al otro.
La ira es miedo a ser atacado, la ira es aptitud de lucha.
¿Cuál es el problema aquí? Que esta situación nos hace perder de vista el problema real que sí podemos resolver. Ver nuestros propios defectos proyectados en otros. Aprovechar ese espejo para trabajar en nosotros mismos. Reconocer es el primer paso, no te quedes con la frustración de ver algo en ti que no te gusta y huyas a buscar el culpable fuera. Tolera esa pequeña incomodidad y empieza a aplicar cambios en tu vida encaminados a que ese aspecto mejore.
La ira empequeñece la mente, alimenta la ignorancia e impide el crecimiento.
Puede resultarte un trabajo complejo porque hemos creado el hábito de defendernos atacando, y ya en ese automatismo no percibimos nuestros propios sentimientos. ¿Acaso nos sentimos bien enojados? ¿merece la pena la emoción que te genera el enojo? ¿mostrar tu enojo te trae paz? Pensamos que el enojo nos coloca en situación de poder, pero no es así. Por el contrario te empobrece.
Aprende a reconocer los efectos beneficiosos o perjudiciales de tu pensamiento, iras ganando conocimiento y seguridad en ti mismo. Y al sentirte seguro, fuerte y estable no necesitarás atacar para defenderte. No sentirás que tus defectos momentáneos son debilidad y por tanto con firmeza trabajarás en ellos y no los proyectarás en los demás.
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